miércoles, 20 de enero de 2016

Cuento breve


La literatura desde hace siglos atrás cumple la función de comunicar y expresar.
Es impulsora junto a otras ramas del arte de promover la liberación del alma.

 "El hombre es su palabra"



Suspicaz mordisco

Ardía en mis mejillas la humedad esa mañana, el insomnio y lo fatídico de mis pensamientos aritmomaníacos impidieron que descanse. Desperté sin despertar, abrí los parpados y sentí en plomo y el calor fundiéndose en mí, de punta a punta, necesitaba una inmediata cura. Tal vez mi mayor compulsión diagnosticada no sea buscar el significado de todas mis fascinaciones, ni la Eleuteromanía, ni Escribomanía ni la Dromomanía hayan sido mi mayor hallazgo subconsciente, tal vez mi más profunda obsesión era tomar té de boldo. Simplemente té, vulgar y encarecido de sentido, té de boldo. Las ocho y veintitrés de la mañana marcaba el reloj digital, ya estaba lista para tomar un sorbo del que yo creía el mejor y más glorioso banquete, sentada en una silla alta y apoyando mis codos sobre la mesa mientras corría por mi garganta el ardiente líquido pedí el más inofensivo pero intenso deseo.
'Quisiera vacacionar microscópicamente en una taza de té (por supuesto de boldo)' y al abrir mis ojos milagrosamente estaba sentada en un borde porcelanico vistiendo una malla enteriza roja con lunares blancos y gafas de sol ochentosas. El vapor alucinaba mi vista, toda la humedad de mis mejillas ahora empapaba mi espíritu entero. Ninguna ruta de viaje por más espectacular que resultase tenia comparación con estar apreciando millas enteras de océano verdoso ennegrecido. Tenia una distancia de aproximadamente cuatro metros desde el borde de la taza hasta el mar ¡Tomé coraje! De un solo impulso me lancé hacía mis sueños desesperadamente, me sumergí en la planalidad del hervor y flote por horas.

Mi minúscula presencia ahora era esencialmente extraordinaria así que ese detalle no importaba demasiado, hasta que tuve frente a mis narices a la bestia de ojos más nobles que yo haya podido imaginar. Desconocía la presencia de animales en mi cabeza, pero este era definitivamente mi deseo y yo lo había transformado de alguna manera en real, así que a aquella especie la bauticé ballena Boldeana, mi falta de imaginación a la hora de escoger su nombre no fue simplemente casualidad, tuve tres minutos para observarla mientras olfateaba mi cuerpo, ella estaba más sorprendida que yo de ver un engendro tan peculiar  y vestida a lo Marilyn Monroe. Por un instante pensé que me estaba reconociendo como a una aliada, pero no. Mostró sus dientes y me tragó de un suspicaz mordisco.









 ¤ La Frecuencia ¤

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