jueves, 5 de noviembre de 2015

La oficinista




En reflexión de la cultura del trabajo,
Un cuento corto.


Una mujer que vivió varias vidas pero que ahora camina en esta atemporal y perdida. Una mujer que camina, mientras se le eriza la piel de las piernas cuando escucha entre el bullicio incipiente y despiadado una melodía de una callejera guitarra y un muchacho con gorro de lana y sonrisa contagiosa le regala un presagio. Se detiene un instante, cierra involuntariamente los ojos como si sus parpados se durmieran en compas de cuatro y recuerda bruscamente un paisaje (Aunque no sabe distinguir si lo recuerda o lo imagina) puede sentirse bajo un cañaveral y un cautivante río correntoso un día de marzo de cualquier año en cualquier lugar del universo. Y aunque afuera la cuidad emana olor a humo y carbón ella tiene el privilegio del milagroso y catacliptico don de transportarse a sus ancentrales y más profundas sensaciones. Es por esta misma razón que la mujer prosigue su recorrido con la nariz empolvada en frutos rojos y en sus pomulos las escamas del sol del mediodía, le es inevitable no querer llorar de felicidad lleva en el aire en sus pulmones la tridimencionalidad. Pero sube a un lugar de oscurantismo, sube al tren de los rostros grises, se sienta junto a una rutinaria señora de pelo blanco y algo la sucumbe, un golpe de realidad le debora el alma, se recuerda toda, se recuerda ausente, y el olor a fruta caída solo le provoca una extrañez en el pecho. Se observa detenidamente de abajo para arriba, ¡Tiene puesta una corbata anudandole la garganta! (y los sueños) se descubre triste, se presiente lejana con aires indiferentes. Mira con decepción y con los ojos mas abiertos que de constumbre: El señor de traje y ceño fruncido, la joven de tacones altos y pantalones ajustados mirando correlativamente su telefono, el niño que quiere sacar los brazos por la ventanilla mientras su madre lo detiene con firmeza y autoridad, la consuela la imagen de una chica embarazada, la consuela la redondez y la entreduerme de abatimiento, se distráe imaginandose nadando en líquido amniótico y finalmente baja del vagón.
 Mientras avanza la mujer se mira la cortaza de sus dedos blancos y amarfilados, su tez porcelánica delata su descendencia inglesa, de pronto oye nuevamente una música que parece blus pero ella piensa que es funky y su cuerpo comienza a deleitarse. Imágenes despavoridas comienzan a obnubilarla, el ruido de tambores y cadenas, el grito y el arengue de una fiesta, lo negro chorreando por sus rodillas, el sudor del pracer, el ruguir de un animal, la sangre caliente, el ritmo en sus píes,el medio naranja amarillento del cielo, el barro mojado. No quiere despertar pero despierta con la sensación de estar pagando una condena, siendo quien es aquí y ahora, con la angustía de un inmigrante, con la angustia y el deterioro de quien no se hallá. La mujer frena solo para redactar improvisadamente en un papel cortado de un pequeño anotador que lleva siempre en su cartera para ocasiones en las que necesita plasmar lo que luego probablemente ya no recuerde y escribe una frase:

"Todavía guardo el dolor del mundo como mío"
 
Continua caminando hasta llegar a destino, sube unas escaleras de mármol, saluda a otras personas que usan camisa y corbata, se sienta en un escritorio angosto, mientras llena formularios ó planillas, mientras el reloj corre y las agujas punzantes le generan una herida abierta, mientras marchita de esperanzas y de asfixió, mientras las pantallas de queman la vista y los pajaros vuelan anunciando una aproximación de tormenta, mientras saborea la sal del Mar Mediterráneo que nunca conocerá o que tal véz con forma de objeto o de otro ser conoció pero que nunca sabra, se resigna, se estremece, se envejece, la mujer





 ¤ La Frecuencia ¤ 
 

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