En reflexión de la cultura del trabajo,
Un cuento corto.
Una mujer que vivió varias vidas pero que ahora camina en esta atemporal
y perdida. Una mujer que camina, mientras se le eriza la piel de las piernas
cuando escucha entre el bullicio incipiente y despiadado una melodía de una
callejera guitarra y un muchacho con gorro de lana y sonrisa contagiosa le
regala un presagio. Se detiene un instante, cierra involuntariamente los ojos
como si sus parpados se durmieran en compas de cuatro y recuerda bruscamente un
paisaje (Aunque no sabe distinguir si lo recuerda o lo imagina) puede sentirse
bajo un cañaveral y un cautivante río correntoso un día de marzo de
cualquier año en cualquier lugar del universo. Y aunque afuera la cuidad emana
olor a humo y carbón ella tiene el privilegio del milagroso y catacliptico don
de transportarse a sus ancentrales y más profundas sensaciones. Es por esta
misma razón que la mujer prosigue su recorrido con la nariz empolvada en frutos
rojos y en sus pomulos las escamas del sol del mediodía, le es inevitable no
querer llorar de felicidad lleva en el aire en sus pulmones la tridimencionalidad. Pero sube a un
lugar de oscurantismo, sube al tren de los rostros grises, se sienta junto a una rutinaria señora de pelo blanco y algo la sucumbe, un golpe de realidad le
debora el alma, se recuerda toda, se recuerda ausente, y el olor a fruta caída
solo le provoca una extrañez en el pecho. Se observa detenidamente de abajo
para arriba, ¡Tiene puesta una corbata anudandole la garganta! (y los sueños)
se descubre triste, se presiente lejana con aires indiferentes. Mira con
decepción y con los ojos mas abiertos
que de constumbre: El señor de traje y ceño fruncido, la joven de tacones altos y pantalones ajustados mirando correlativamente
su telefono, el niño que quiere sacar los brazos por la ventanilla mientras su
madre lo detiene con firmeza y autoridad, la consuela la imagen de una chica
embarazada, la consuela la redondez y la entreduerme de abatimiento, se distráe
imaginandose nadando en líquido amniótico y finalmente baja del vagón.
Mientras avanza la mujer se mira la cortaza de sus dedos
blancos y amarfilados, su tez porcelánica delata su descendencia inglesa, de pronto oye nuevamente una música que parece blus
pero ella piensa que es funky y su cuerpo comienza a deleitarse. Imágenes
despavoridas comienzan a obnubilarla, el
ruido de tambores y cadenas, el grito y el arengue de una fiesta, lo negro chorreando
por sus rodillas, el sudor del pracer, el ruguir de un animal, la sangre
caliente, el ritmo en sus píes,el medio naranja amarillento del
cielo, el barro mojado. No quiere despertar pero despierta con la sensación de estar pagando una
condena, siendo quien es aquí y ahora, con la angustía de un inmigrante, con la
angustia y el deterioro de quien no se hallá. La mujer frena solo para redactar improvisadamente
en un papel cortado de un pequeño anotador que lleva siempre en su cartera para ocasiones en las que necesita plasmar lo que luego probablemente ya no recuerde y escribe una frase:
"Todavía guardo el dolor del mundo como mío"
Continua caminando hasta llegar a destino, sube unas escaleras de mármol, saluda a otras personas que usan camisa y corbata, se sienta en un escritorio angosto,
mientras llena formularios ó planillas, mientras el reloj corre y las agujas punzantes le generan
una herida abierta, mientras marchita de esperanzas y de asfixió, mientras las
pantallas de queman la vista y los pajaros vuelan anunciando una aproximación
de tormenta, mientras saborea la sal del Mar Mediterráneo que nunca conocerá o
que tal véz con forma de objeto o de otro ser conoció pero que nunca sabra, se
resigna, se estremece, se envejece, la mujer.
¤ La Frecuencia ¤
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